Si usted supiera…

Si usted supiera, señor Borges, que estoy irrevocablemente convencida que es usted el protagonista indiscutible de mi historia de amor. Que todos los días regreso a ese chat y sonrío y me siento como aquella chiquilla que descubre al héroe en la oscuridad, en un viejo y lejano lugar, cerca del mar. Una chiquilla que no era tan chiquilla y que cuando lo supo, lo supo, irremediablemente: usted y ella tendrían que coincidir en un cuarto, apasionadamente, deliberadamente, y desnudos contarse todas esas cosas que no se contaban por las redes, y beberse todos esos detalles que solo la intimidad resalta. Y hablar de poetas, de canciones, de Sabina, decirse que el frío es un estado psicológico por lo cual, cualquier día de agosto (u octubre) puede ser el primer día de invierno; remediar eso de invitarse a tomar un café en plena pandemia con todos Cafés cerrados.

Si usted supiera, señor Borges, si usted supiera cuanto lo esperé, cuanto tiempo tuve para imaginar mi historia de amor, y cuán perfectamente ajustado queda a usted en esa historia, que parece escrita pensando en usted. Y que historia más caballeresca, de salvar a la princesa, (en mi caso, a la bruja) del dragón (en mi caso oso) y cumplirle uno a uno sus sueños de Disney, (en mi caso nuevas metas), porque los sueños son para princesas.

Si ellos supieran, señor Borges, si ellos supieran que mi historia de amor es la más bonita del mundo, porque que yo soy romántica es un hecho, pero que las brujas románticas tengan la suerte de coincidir con su héroe… eso no es parte de ninguna historia de amor. Por lo menos no de las que conocemos, tal vez de aquellas que rompieron el sistema, así como le caí yo en una noche cualquiera y me cayó usted en la oscuridad, en un lugar lejano y cerca del mar. Y a las tres horas estar diciéndose cursiladas de mirar la luna juntos, y tomarse un café en un país cerrado y conocerse el primer día de frío, y saber irremediablemente que tendríamos que encontrarnos, porque ya era usted el protagonista absoluto de mi historia de amor, esa que es la bonita del mundo…

Y gané

Yo nunca fui mucho de apuestas,

Me conoces: juego al seguro, hago presupuestos, cuento los billetes cinco o seis veces

Me guardo las cosas para pensarlas y retequepensarlas y volverlas a pensar

Y las cosas ruedan dentro de mí convirtiendo una gota en una cascada

Tampoco fui mucho de jugar… menos a las apuestas

Me conoces: soy seria, tengo respuestas serias y cuando menos aburrida soy es cuando estoy en el trabajo.

Solo tengo dos juegos: uno para la laptop y otro para el móvil

Leo poemas largos y sin rima, hablo con palabras técnicas y hago informes como bloques.

Tampoco soy dada a la espontaneidad.

Me conoces: soy rígida, muchas veces inflexible, acusada cientos de veces como autoexigente, temerosa al cambio.

Soy de hacer planes sabiendo aún que la planificación estratégica es más actitud que una filosofía de vida.

En resumen: no soy espontánea, ni jugadora

Pero contigo me lo aposté todo:

Una madrugada en septiembre, el mar, Sabina, Borges, matrimonio a primera leída, aceptarme como madrastra

Incluso la primera noche de frío

Incluso el vernos antes por tu impuntualidad y mi impaciencia

Incluso conocernos antes de empezar a ser “algo”

Y el duelo que deviene a una ruptura

Y los meses “políticamente correctos” a esperar para vivir juntos y pensar en boda, en familia

Y el tiempo prudencial para decir te amo

Y los años necesarios para sentir que nos conocemos de toda la vida

Y empezar a convertir sueños en metas y metas en logros

En resumen: contigo me lo aposté todo

Y gané

Donde acaba el mar, donde empiezas tú

Nunca pensé que se pudiera extrañar tanto a alguien. Extrañar hasta que te duelen los huesos y las lágrimas queman. Y aun en los momentos de resignación, de aceptación, saber que hay ese frío dentro de ti que ha congelado irreversible una parte del corazón.

Aun no puedo creer que sean once meses ya sin abrazarte. Sin tenerte rondando la casa, trayendo al piojo alborotador -el regalo más lindo del mundo que se le puede dar a una hermana es hacerla tía-. Te miento si no te digo que pensaba que te iba a extrañar menos. Que un día me acostumbraría a que tú y los tuyos no estuvieran en la casa. No lo sabía. La familia es calor del que te salva, del cómodo, del que necesitas para seguir. Y cuando te marchaste parte de ese calor se fue. Parte de mí se quedó sin ganas de seguir adelante. No lo he superado.

Once meses ya, y no lo he superado.

Me muevo porque hay que hacerlo.

Porque la vida no se acaba.

Porque mamá y papá necesitan aprender a vivir contigo lejos y tengo que ser su roca firme.

Pero me faltas tú.

Mi eterna compañera. Mi siempre guardaespaldas. Mi hermana mayor.

Y ahora mismo no puedo dejar de recordar todas las veces que llegaste a recogerme tarde a la primaria por estar comprando pirulí. O las tontadas tuyas dignas de un bestiario firmado bajo tu nombre. O en nuestro karaoke con la canción preferida. Y pensar en toda esa cotidianidad familiar que, sin espectacular, ni showcística, era de las cosas más lindas que tenía. Y el piojo. Mi piojo. Lo más lindo de mi mundo. El primer bebé que cargue sin miedo, sintiéndolo parte de mí. Aquella con la cabeza llenita de pelos negros que supe había que cuidar y defender a toda costa, porque la manada cuida de los suyos, aunque no haya ningún mal.

No lo supero. No supero verla crecer desde lejos, pero me resigno. Me resigno porque sé que para ti vale la pena, así que haz que valga la pena. Vive intensamente.

Te extraño. Te extraño como nunca pensé que extrañaría a nadie. Como nunca quiero extrañar a nadie más. ¡Qué triste es ser parte de las estadísticas! Que triste es mirar al mar y sentir que donde se acaba el mar estás tú, que ni siquiera estás tan lejos. Y aún así tengo que esperar once meses y más para volverte a abrazar.

Mi realidad con ud.

Él dice que siente envidia, que quiere ser mi inspiración, que le gustaría sentirse capaz de hacerme escribir de nuevo. Lo que el señor Borges no sabe es que este blog lo escribe una chica triste, una chica triste que ahora no soy yo. Ahora no tengo necesidad de reescribir mis realidades buscando finales más felices, encuentros más apasionados, hombres más interesantes, historias que llenaran el vacío que el amor dejaba en mí. Ahora, señor Borges, me siento sencillamente plena con quien soy y con ud., y no tengo la necesidad de recurrir a un papel en blanco para sentirme realizada, porque no hay mejor poema que aquel inédito entre Borges y Pizarnik que escribimos a diario. No obstante, y porque para mí complacerle, mimarle es casi una ley, intento escribir hoy mi realidad.

Yo tuve muchos deslices en el amor y siempre creí que amar sin esperar nada a cambio era respuesta correcta; ahora aprendo que amar unilateralmente es una decisión poco satisfactoria, y recuerdo aquello que no hay nada mejor en el mundo que amar y ser amado de vuelta. Lo sé: lo sé porque en las noches despierto abrigada por su cuerpo desnudo, y entre sueño y sueño me dice que me ama, y si por casualidad me levanto de la cama, sus ojos me siguen y se queda despierto hasta que regreso.

Lo sé: lo sé porque inquiere cada rincón del cuarto, la casa, la calle buscando que me puede dañar sin querer y busca apartarlo de mi camino. Inquiere hasta en mí misma, cual reparador de sueños, en busca de desalojar mis pesadillas, mis demonios, mis terrores. Y cuando me asusto y empequeñezco, su mano agarra la mía con tal fuerza que por primera en muchos años siento que no caeré de nuevo en mi parte oscura y melancólica.

Lo sé porque en el acto de entregarnos al otro hay una verdadera entrega, un flujo explosivo de ganas, un intercambio sincero y puro de energías, sin miramientos, sin pensar más allá de estar en el ahora, sintiendo. Porque entre nosotros no hay preocupaciones de desempeño, nosotros damos hasta la última gota de sudor, hasta el ultimo calambre, la última fuerza, y luego, temblorosos, desnudos, satisfechos, cansados, nos reímos serenos.

Lo sé, por todas esas pequeñas grandes cosas de los enamorados, por los mensajitos en el espejo del baño, por los besitos de WhatsApp y los deseos incontrolables de tenerle cerca a los minutos de haber salido para el trabajo. Lo sé también porque nadie se había atrevido a soñar tan en grande y tan a prisa conmigo, porque nuestros metas se acoplaron por sí solas como si siempre hubieran sido una; porque usted le queda justo a mi vida y a mi cuerpo, y yo le quedo a su medida, como si fuéramos dos engranajes de la misma maquinaria rota tiempo antes de encontrarnos.

Perdone, señor Borges, por no hacer derroches de romántica cursilería en este post, esa prefiero tenerla al vivo y directo con usted, sin más mediaciones que ese exiguo espacio de aire que dejan nuestros cuerpos enredados en la cama.

En cambio, aquí prefiero mostrarme realista y mostrar mi realidad: la realidad que usted ha trastocado de gris a colores vivos, de individualidad a equipo, de construir muros a sembrar un jardín, uno nuestro, que nunca deje de crecer, que luego pase a nuestros hijos y luego a nuestros nietos, pero esencialmente nuestro, tuyo y mío, mi amor, para que nuestra obra se alce como un estandarte de firmeza, de abrazos, de pasión, pero sobre todo, señor Borges, mi señor Borges, se alce como estandarte vivo de nuestro amor, ese que empezó entre dos románticos incurables que se pensaban curados y entre Sabina, Rulfo, Borges, algunas desconfianzas y mucho asombro, se bebieron toda una madrugada y despertaron con la ilusión dispuesta a soñar de nuevo.